Tuesday, September 16, 2008

La niña de las ardillas - Ejercicio narrativo


El día que fui testigo de la mirada de complicidad que mi hija y aquel roedor sostuvieron por primera vez, supe que me hallaba ante una de esas imágenes de regocijo a las que mi pequeña Sarah volvería una y otra vez a lo largo de su vida.
La tarde no pronosticaba ser diferente a muchas otras. El sol de verano continuaba inclemente pese a que el reloj indicaba la proximidad de la noche. Las hojas en los árboles permanecían inmóviles mientras la calle regresaba a su sinfonía vespertina de voces, ladridos y sonidos de motor.
Nos incorporábamos a ese "in crescendo" cuando la vimos, desafiando toda ley de gravedad, colgando impávida de una rama, calibrando al detalle la proximidad, apariencia y peligro potencial que S. y yo representábamos en su universo invertido.
Así llegó la idea de ofrecer a la intrépida trepadora los maníes que desde días atrás descansaban en la cocina sin despertar nuestro apetito. Mi niña, entusismada con la idea, corrió a rescatarlos del olvido. Volvió en sólo segundos para iniciar un delicado ritual de ir disponiendo todas y cada una de las nueces en lugares estretégicos alrededor del árbol, primero, y por las ramas más bajas y accesibles para ella, después.
Entretanto, asustada y curiosa a la vez, la ardilla observaba intrigada desde lo más alto del árbol, su agudo olfato y su temor a nuestra especie librando una batalla de instintos de supervivencia que seguir. Pudo más el tentador aroma. Rápida pero cautelosa empezó el descenso, recorriendo en sentido inverso el camino de maníes que mi niña, con precisión de ingeniería civil, había ideado. Degluyó el primero sin siquiera saborearlo, mientras S. hacía una fiesta silenciosa de saltitos discretos y exclamaciones de satisfacción ahogadas.
A partir de entonces, cada diminuto pedazo de nuez se traducía en distancia recortada entre mi hija y su nueva amiga. Uno a uno, cada trocito rescatado e ingerido iba estrechando el vínculo entre ellas, el temor iba dando paso a la confianza, y la curiosidad, a la admiración.
Fue así como, después de una decena de maníes, se encontraron los enormes ojos curiosos de mi S. con la chispeante y agradecida mirada del pequeño roedor. Se exploraron las intenciones y se descubrieron inofensivas y lúdicas. Y empezó la fiesta. S. le dedicó a su nueva amiga todo su repertorio de canciones, bailes y porras, y a cambio recibió atención exclusiva y un cadencioso movimiento de cola.
Por lo visto, se ha corrido la voz entre las ardillas de la zona y ahora son varias las que esperan nuestra llegada cada tarde. En mi cocina no faltan las nueces y de tanto observar a S., creo que las ardillas han ido aprendiendo alguna de sus canciones, bailes y porras, pues concluido el ritual alimenticio, las asistentes al banquete le regalan un baile coordinado y entusiasta que ella observa con una atención exclusiva y hasta, de vez en cuando, con un cadencioso movimiento de cola.