Tuesday, December 29, 2009

¡Despiértenme, por favor!



Sabía que ese día llegaría. Anticipaba erizada el desasosiego, el luto interno al ver materializada la inminencia del fin. Hija de una era de transiciones violentas, debía estar ya acostumbrada a las despedidas (el disco de vinil, el casete, el betamax, el vhs, el disco compacto, el telégrafo, el disco de 3 y medio....). Pero no a ésta. Mis libros, no.

Recorríamos el centro comercial que conozco de memoria (allí trabajo) sin buscar nada específico. Y de repente, allí estaba. Monstruo de mil cabezas, erigido de la nada, había aparecido de un día para el otro un stand singular. E-books. Libros electrónicos. Una pequeña cajita capaz de contener bibliotecas enteras. Cientos, miles de ejemplares. Acceso a las redes de bibliotecas públicas. Diccionario integrado. “Conveniente, sencillo, portátil, funcional”, había dicho muy orondo el joven vendedor mientras me retiraba contenida, indignada, insultado el ego de lectora, de letrada, de eslabón en el proceso editorial. Por primera vez en mis años de adulto pro-evolución, me sentí un dinosaurio herido y a punto de extinción.

Nuevamente, los sacrificios de la conveniencia. La pregunta imaginaria al vendedor era netamente retórica: ¿dónde queda el placer del tacto, el olor de la tinta en el papel, la caricia impregnada en cada hoja conquistada, la emoción de la idea subrayada por su acierto, el precio y la fecha anotados en la contraportada para futuras referencias? ¿Dónde queda el valor de un ejemplar manoseado por generaciones, ese tesoro que encierran tanto las palabras como las lecturas que han generado, el placer de deslizar las manos sobre frases tan conocidas, y sentir que abrazando un ejemplar se abraza a todos esos personajes con quienes hemos sufrido, reído y aprendido tanto?

Imaginé mis releídos, comentados y subrayados tomos de Cubagua, de El Quijote, La Sombra del viento, las obras de Shakespeare, y de Neruda, y de Benedetti, encerradas en la pequeña y fría cajita electrónica. Una pesadilla. Corrí a buscar refugio en la librería del centro comercial. "Going out of business" rezaba el gigante letrero en la entrada. Alguien que me despierte, por favor!!! Entré frenética, como el bombero que se dispone a salvar a las víctimas de un voraz incendio. Deseé ser millonaria. Mi escaso presupuesto sólo pudo con un par. Saramago y Bolaño. Me abracé con fuerza a ellos, mi cuerpo era un escudo. Salí sin mirar atrás, por no encontrarme con los ojos de los menos afortunados. Era el principio del fin, y lo peor era que no estaba dormida.