Wednesday, March 24, 2010

Tooth Fairy, Be safe!

S. perdió su primer diente de leche a los 5 años. Inmediatamente después, el segundo. Ambos de abajo y el centro, se veía muy cómica con su túnel de ventilación en la sonrisa.
Había pasado más de un año y ni el Ratón Pérez ni la Tooth Fairy habían vuelto a esta casa. Hasta hoy.
Para mi asombro y gracias a un Roll-Up -una cosa horrible que les encanta a los niños, y las madres aborrecemos- mi S. no sólo perdió su tercer diente sin trauma ni dolor, sino que de paso, se lo tragó.
El asunto fue un acontecimiento de grandes proporciones. La niña pasó de la novedad a la emoción, de la emoción a la expectativa y de la expectativa a un poquito de temor: Qué se llevaría el hada esta noche?
Hace algunos meses, su papi le había contado que a él le había pasado eso de niño. Y que el hada había venido igual, sacando el diente de su barriguita dormida. Entendiendo que el mecanismo sería el mismo en este caso, S. decidió escribirle esta nota a la tooth fairy:

(Nota al margen: la indicación de "Be safe" se refiere específicamente al momento del hada entrar por la boca -para lo que S. se esforzó por dormirse con la boca abierta-.Pero le preocupaba sobremanera que se fuera a ahogar en una ola de saliva. Valga la carta de precaución y, de mi parte, buena suerte a la pequeña y mágica voladora estomacal!)

Sunday, March 21, 2010

Mi historia con Stieg Larsson – o la confesión de una adicción literaria



Ayer terminé de leer el tercer libro de la trilogía Millenium, del autor sueco Stieg Larsson. Lo cerré con satisfacción y nostalgia al mismo tiempo, con esa sensación agridulce del graduando al momento de recibir su diploma. La reina en el palacio de las corrientes de aire sigue descansando en mi mesita de noche, no me atrevo aún a ubicarla en la biblioteca.

Mi amiga Clau y yo solemos recomendarnos lecturas. En diciembre le sugerí a J., su esposo, que le regalara las novelas de Carlos Ruiz Zafón. A cambio, ella me recomendó a Larsson. Hasta entonces, no había oído hablar de él, ni del final trágico de su vida que no le permitiera disfrutar del impacto mundial de su obra, ni de ninguno de sus libros (debo reconocerlo, soy una traductora que no se siente del todo cómoda leyendo traducciones).

Aproveché el cierre de la librería Waldenbooks para hacerme con Los hombres que no amaban a las mujeres (¡sí, en español!) a un precio irrisorio y sin la mayor expectativa. Me lo devoré. Mejor dicho, él me devoró a mí. Sus personajes principales, Mikael y Lisbeth, se instalaron en mi cerebro, termo de café en mano, tal y como les gusta, como una sustancia adictiva.

La primera novela tiene un final extraño. No pienso contar la historia ni arruinarle la sorpresa a nadie, pero el hecho es que, si bien el conflicto principal se resuelve, muchos cabos quedan sueltos. Como entrega inaugural de una trilogía, culmina in media res. Así que literalmente, me tocó salir corriendo a la librería más cercana a implorar por el segundo.

No conté con la misma suerte esa vez. La chica de atención al cliente me informó que Barnes & Noble no tenía el segundo volumen en español. Podía haber recurrido al internet, al comodín de “llame un amigo”, ordenarlo en la biblioteca pública (¡viva el desarrollo!) o quién sabe qué otra solución. Imposible. Tenía que saber, y tenía que ser YA. Así que compré The girl who played with fire (otro idioma, otro traductor a quien acostumbrase, yack!).

A punto de terminar el segundo volumen ya había aprendido mi lección. Tenía que ubicar el tercero con antelación. Llamé a la librería más cercana y pregunté si lo tenían. Solícito, mi interlocutor me informó que el libro en cuestión aún no estaba a la venta. Fecha de publicación en Estados Unidos: Mayo 23. ¿Qué???? No lo podía creer.

Distribuí lo mejor que pude las páginas por leer del segundo volumen. Entre tanto, averigüé que, para mi sorpresa e indignación, el libro había salido en medio mundo menos en Estados Unidos. Contacté frustrada a mi amiga Clau, pues a fin de cuentas, era ella quien me había metido en esto… Me dijo que en Colombia estaba disponible y que me lo podía enviar. La opción era tentadora pero costosa. No la rechacé de plano pero preferí probar otras vías.

Por esos días mi mamá viajó a mi ciudad natal. Le pedí el favor a mi gran amiga N. –quien vive en Puerto Ordaz– que me averiguara si se podía conseguir en Venezuela. No sólo lo averiguó sino que me lo compró de regalo de cumpleaños y se lo envió a mi mamá junto a un paquete con las últimas revistas que ha publicado para que me diera banquete (¡y todavía me lo estoy dando!).

Recibí La reina en el palacio de las corrientes de aire (¡español otra vez!) como quien recibe una joya. Al ojearlo casi se me salían las lágrimas. Lo bueno se hace esperar.

Más de dos mil páginas después, dos meses intensos y todo este periplo a lo largo de tres países, llegar a la última línea de la trilogía Millenium no me resulta tarea fácil. Sospecho que el proceso de desintoxicación será arduo y doloroso.

La magia de la literatura. Se nos mete en las venas y se nos hace indispensable ¡Gracias, Stieg!... Pero, y ahora, ¿qué?

Wednesday, March 10, 2010

Sean 35

Para Isa, mi ahijada veinteañera, que me sugirió este post
y me recomendó jocosa celebrar bailando con música de la Billo’s

Año 1975. Mes de marzo. Undécimo día.
Trein-ti-cin-co. Se dice fácil.

He visto pasar seis presidentes por el palacio de gobierno de mi país, y, dolorosamente, a uno instalarse indefinidamente en él.
He visto iniciar, terminar y reiniciar guerras remotas y absurdas, y pensar -ingenua de mí- que por distantes, nunca serían cosa mía.
He visto caer muros de roca e infamia, y levantarse otros que, aunque no de piedra, son aún más sólidos, más retrógrados, más infames.
He visto la seguridad de un país derrumbarse en dos torres de arena incendiadas por el odio.
He visto señales de humo blanco que hablan de ortodoxia y remisión eclesiástica.
He visto naciones derrumbarse como castillos de naipes y a otras unirse en frentes de cooperación o de resentimiento.
He vivido el terror apocalíptico de la llegada de un nuevo milenio. Para despertar dándome cuenta que aquel primero de enero era igual a cualquier otro.
Me he visto abrumada por la velocidad de la tecnología, que en unos pocos años le ha cambiado la cara al planeta y el ritmo a nuestro paso por él.
He cultivado afectos y amigos maravillosos. Algunos de ellos permanecen contra todo pronóstico, otros se han ido desafiando las apariencias. Los he visto llegar sin fiesta o con bombos y platillos, instalarse silentes en un rinconcito escondido o adueñarse con furia de su espacio en el cariño. Los he visto alejarse con el dolor desgarrado de la pérdida física o con la sabia prudencia de quien evita un cataclismo.

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He aprendido que la guerra es un juego de niños, donde nadie gana, todos pierden, muchos lloran y el mundo entero sufre.
He aprendido que cuando de niña proclamaba que quería ser peluquera, maestra, periodista, escritora, era porque no tenía ni idea de lo que era ser madre.
He aprendido que, pese a lo que pensaba en mi adolescencia, mis seres queridos no me pertenecen, doy gracias porque están o han estado aquí, en el cálido país de los recuerdos, del otro lado de la pantalla o a sólo un timbre de teléfono; pero ni ellos pueden vivir o dirigir mi vida, ni yo puedo interferir en las de ellos.
He aprendido que no hace falta un cataclismo para hacer pedazos un país. Con el odio, la ambición y la incompetencia de sus dirigentes, basta y sobra.
He aprendido que el mundo se proclama sediento de cambios, pero en realidad está muy poco dispuesto a asumirlos.
He aprendido que Dios no habita en una iglesia, y que no habla a través de intermediarios.
He aprendido que hogar es el lugar movible donde estén mi hija, mi Chino y mis perros. Todo lo demás son cuatro paredes.
He aprendido a confiar de mis instintos, lenguaje telúrico, silente y primitivo que pocas veces se equivoca.
He aprendido que la familia es el mayor soporte que un ser humano pueda tener, y que la mía es mi mayor bendición.
He aprendido que afortunadamente no existen las almas gemelas, ni las medias naranjas, ni los príncipes azules de los sueños adolescentes. Existen seres maravillosos con quienes compartir el viaje, hacerlo divertido, único e inolvidable.
He aprendido que quienes en realidad cuentan en mi vida no necesitan invitación o motivo de fiesta. Me quedo con ellos -aunque quizás no sean tantos en cantidad- y los quiero, respeto y aprecio más que nunca.
He aprendido que ningún afecto se encuentra sobreentendido: se construyen a fuerza de día a día, de presencia emocional y sinceridad. Ningún afecto viene garantizado por el linaje. Duélale a quien le duela.

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Mucho queda por aprender. Mucho por hacer:

Ser más tolerante con la intolerancia y siempre aceptar las diferencias de los otros.
Ejercitar más –la mente, el espíritu, el cuerpo-.
Aprender fotografía.
Estar ahí para mi hermana, en su próxima nueva vida de adulto, y celebrar todos sus triunfos.
Hacer un crucero, conocer Hawaii y Egipto y volver a Italia, esta vez de la mano de mi Chino.
Aceptar que mi hija es un ser independiente y dejarla ser (cómo cuesta!!!)
Aprender algo nuevo cada día.
Leer y escribir más.
No dejar pasar un día sin que mi Chino y S. sepan cuánto los amo.
Conservar más.
Contemplar, valorar y agradecer los milagros cotidianos.
Ser apoyo para mis padres y demostrarles cuánto los amo y cuán orgullosa me hacen.
Emprender ese tan anhelado road trip con Luis y Yare y llevar a S. a conocer la nieve (y regresarnos rapidito, no soporto el frío!!!)
Aceptarme como soy, pero consciente que siempre puedo esforzarme por mejorar.

Tuesday, March 2, 2010

Se lo debo a Frisco

Llevo un mes y medio tratando de sentarme a escribir este post. Es tanto lo que quisiera contar de nuestro viaje a San Francisco y tan escasito el tiempo, que cualquier cosa que escriba se va a quedar corta. Así que mejor les dejo un collage de imágenes, de nuestro San Francisco, y algunos highlights para no olvidar:



* EL puente. Recorrer el Golden Gate en bicicleta fue sencillamente maravilloso. Todas las millas de subida, engrosando la expectativa al ver a ese gigante de acero pírreo cada vez más cerca. Ya arriba, observar las embarcaciones minúsculas a nuestro pies, mientras la brisa se batía impúdica en nuestros rostros. Sentirnos parte de ese todo orgánico, el monstruo de acero del que los viandantes somos aliento y sangre, somos todo y uno mientras dure nuestro recorrido, y después de nosotros, otros, y otros despúes de ellos, y el gigante siempre ahí, hundido en la inmensidad, sus brazos abiertos para recibirnos y para dejarnos ir. El puente que lleva a algún lugar o de algún lugar viene. El puente que te lleva a ser otro después de haberlo recorrido.

* COEXIST. Me maravillan las ciudades multiculturales (una de los rasgos que más aprecio del estado donde vivo). Pero en Frisco la multicultura se eleva a otro nivel. La riqueza de la ciudad está en múltiples y muy diversas razas que le dan color, ritmo, sabor y contraste. Es un pedazo de mundo con un poco de todo el mundo, en un marco de orden y limpieza que parecería insólito en estos tiempos.

* El sabor del mar. La brisa en San Francisco está aliñada, y en la tenue neblina que decora la ciudad la mayor parte del año, se puede saborear el mar. Quizás por eso, sus habitantes han desarrollado un gusto privilegiado, manifiesto en cada mesa, humilde u ostentosa, pública o privada, ordinaria o festiva.

* Una ciudad para dos, para nosotros dos. Así como a Humphrey Bogart e Ingrid Bergman les quedaría siempre París, a nosotros nos quedará San Francisco. Cargarle las pilas al romance cuesta, pero hace falta para encarar mejor el día a día, para reengranarse con más ganas a la rutina. "We´ll always have... San Francisco!". Te amo, mi Chinito, gracias por ese maravilloso regalo!