Tuesday, September 28, 2010

Candado al papel


Un festejo peculiar se celebra por estos días en librerías, escuelas y universidades de Estados Unidos. Se trata de la “Semana de los libros prohibidos” o “The Banned Books Week”. Creada para honrar las bondades de la libertad de pensamiento (y por ende, la libertad de leer lo que nos venga en gana), la “Semana de los libros prohibidos” ha encendido durante los últimos años una chispa que recientemente ha encontrado en la red social de Twitter su mejor aliada para arder cual papel bajo el fuego de la Inquisición.
“The Banned Books Week” habla de censura. Censura aderezada de supuestas buenas intenciones, pero censura al fin. Por insólito que parezca, los inicios de este revolucionario festejo no se remontan a la Edad Media, ni a la España Católica del siglo XV. Nace en Estados Unidos en 1982, como respuesta a una progresiva y muy sospechosa “desaparición” de ciertos títulos de las estanterías. Títulos que por sus contenidos (sexuales, religiosos, raciales o violentos), desafiaban (y lo siguen haciendo) la norma y el status quo.
Su creadora y principal promotora, Judith Krug, fue una librera apasionada, miembro de la Asociación Americana de Libreros, quien, abrazando la Primera Enmienda de la Constitución de su país, salió a defender el justo y sacrosanto derecho de cada individuo a leer lo que, sencillamente, se le dé la gana (o de cada familia de permitir que sus hijos lean lo que el grupo considere).
Desde clásicos como Las aventuras de Huckelberry Finn y Matar a un ruiseñor hasta las series de Harry Potter y Twilight, se cuentan en centenares los títulos que, durante décadas han engrosado esta lista de parias literarios. Las causas, las más diversas. Contenidos sexuales o violentos, implicaciones raciales o religiosas han sido las herejías que los inquisidores modernos han hallado en estas páginas para pretender silenciarlas para siempre de sus universidades, escuelas, librerías o bibliotecas.
Uno de los títulos repetitivamente vetados es un libro infantil, And Tango makes three (en español, Tres con Tango), de Peter Parnell y Justin Richardson. Basada en un hecho real, narra la conmovedora historia de Tango, el pequeño pingüino criado en el Zoológico de Central Park por una pareja de pingüinos machos. Merecedor de múltiples premios y reconocimientos, el cuento también ha levantado fuertes controversias. Desde el 2006 ha encabezado la lista de los títulos más vetados en los Estados Unidos y entre los motivos argumentados por sus detractores se encuentran “la homosexualidad, ir en contra de los valores familiares y no ser apropiado para ciertas edades”.
Otro título, recientemente blanco de los dueños de la razón y dictadores de la moral, es Speak, de Laurie Halse Anderson. La novela, publicada por primera vez en 1999, narra la historia de una adolescente renegada por sus compañeros de escuela, en conflicto con unos padres con quienes la comunicación es prácticamente inexistente, en un ambiente predominantemente hostil. Todo esto la lleva a un mutismo deliberado. Como es de esperar, la novela ahonda en la problemática de los adolescentes actuales. Además, describe dos escenas de violación. Por ello, un profesor de Missouri ha emprendido recientemente una cruzada para expulsar la novela de las bibliotecas y los programas de secundaria de su ciudad, calificándola como “pornografía leve”.
Éstos son apenas algunos ejemplos de una lista que supera las quinientas entradas. Es por ello que la Asociación Americana de Libreros continúa promoviendo las actividades de la “Semana de los Libros Prohibidos”, para centrar la atención (y, estemos claros, atención se traduce en publicidad) en libros que por algún motivo y en alguna región han sido silenciados. Afirma Roberta Stevens, presidenta de la Asociación Americana de Libreros: “No todos los libros son para todos los lectores, pero tenemos el derecho de pensar por nosotros mismos. ¿Cómo es posible vivir en una sociedad libre y desarrollar nuestras propias opiniones, si se nos quita el derecho de escoger los materiales de lectura para nosotros mismos o para nuestras familias?” (la traducción es mía).
La “Semana de los libros prohibidos” viene finalmente a recordarnos que, por paradójico que parezca, en el país de las libertades, vivimos en una sociedad plagada de prejuicios y coerción. Comprueba que el Gran Hermano es mucho más que una ficción de Orwell o una aberrante serie televisiva, es el ojo incisivo que juzga lo que se sale de la norma. Reafirma el poder de la palabra y de la literatura como llamas de revolución, incendiarias chispas de conocimiento para abrir los ojos a un mundo que va mucho más allá de los límites del pueblo, de lo que estipulan las reglas y de lo que pregona el pastor.  


Saturday, September 18, 2010

"Kafka en la orilla": Nadando desde la orilla hasta lo más profundo


Kafka en la orilla llegó a mí en el momento perfecto. Publicada en el 2002 y mundialmente aclamada desde su aparición (especialmente después que fue escogida novela del año por el suplemento literario del New York Times en el 2005), por alguna razón, nunca me había decidido a leer esta novela de Haruki Murakami. Fue ella la que me escogió, al estilo borgeano, desde el estante de una librería pública, cuando ya había causado años de revuelo entre millones de lectores en todo el mundo. Se abalanzó a mis manos, de hecho. Tarde para muchos, justo a tiempo para mí. Llegó para hablarme de prejuicios y remover los míos propios, de supuestas normalidades en un mundo donde la norma es tan volátil como el viento, de centro y periferia como lugares de aceptación, de viajes internos más tortuosos que cualquier desplazamiento físico.
La novela narra dos historias paralelas, de dos personajes muy especiales. En primer lugar, somos testigos de la historia de Kafka Kamura, un muy precoz joven de 15 años que decide escapar de su casa para así evadir una tormentosa relación con su padre y una profecía que pesa sobre su vida al más puro estilo de la tragedia clásica griega. En segundo lugar, la historia de Satoru Nakata, un anciano que, después de un extraño episodio durante su niñez, pierde todas sus facultades cognitivas, pero a cambio recibe el don de comunicarse con los gatos y una inocente, natural y muy feliz manera de vivir la vida.
Estas dos historias se alternan de manera rigurosa en la estructuración de la novela, y pese a acercarse milimétricamente en algún momento, nunca llegan a cruzarse del todo.
Las historias de Kafka y Nakata están marcadas por dos conceptos recurrentes. El de metáfora y el de tragedia. La tragedia marca las vidas de ambos personajes: en el caso del joven Kafka, la tragedia es una amenaza, real o simbólica, futura o futurible, de la que existe la necesidad de escapar. Sobre los hombros de Kafka Tamura pesa el sino de Edipo, ni más ni menos. Al igual que en el caso de Edipo, la huida o el intento de evadir el destino, no hará más que precipitar el desarrollo de los hechos trágicos de matar a su padre y acostarse con su madre.
En el caso de Nakata, la tragedia es un hecho real enmarcado en el pasado, que no genera pena o lamentación, pues es lo que ha permitido ese carácter especial del anciano. Siendo un niño, él y un grupo de estudiantes, fueron víctimas de un episodio de desvanecimiento colectivo sin aparente razón alguna. Todos sus compañeros despertaron poco tiempo después. Nakata permaneció en cambio en un sueño prolongado y cuando despertó no era el niño brillante que había sido. Nakata despertó "tonto". Pero en cambio su percepción, su sensibilidad y su desapego lo convirtieron en un ser único.
El segundo concepto que revolotea constantemente sobre la novela, es heredero de Goethe, según el cual, "el mundo es una metáfora". Es una idea que se repite en incontables ocasiones y que, de alguna manera, enmarca y valida la presencia de lo insólito e inexplicable, tan recurrente en la obra de Murakami. La metáfora permite la construcción de un código ficcional donde las leyes físicas fundamentales se pueden transgredir, donde llueven peces del cielo, los gatos hablan o personajes de anuncios publicitarios cobran vida. Pero además, la metáfora enmarca el concepto mismo de la tragedia: "En realidad, nadie va matando a su padre ni acostándose con su madre. ¿No te parece? En resumen, nosotros aceptamos la ironía a través de un mecanismo que se llama metáfora. Y esto nos convierte, a nosotros, en hombres más sabios". Así, la metáfora explica, no solamente el acercamiento a un onírico surrealismo moderno, sino también la ambigüedad en relación al desarrollo de situaciones clave en la novela: ¿Es la señora Saeki realmente la madre de Kafka? , ¿Quién es el asesino del padre del joven? Nada de eso importa en un mundo marcado por la metáfora.
La novela igualmente parece pasearse por dos tiempos. Un tiempo rígido y definido, cronológico y lineal, donde los días transcurren con rigor de realidad, el tiempo en el que se mueve Kafka en su égida; y un tiempo mítico, suspendido, el tiempo de los sueños, el limbo de lo posible, el espacio de los recuerdos. El tiempo indefinido donde, libre de toda conexión o entendimiento lógico, vive perpetuamente Nakata. Para encontrarse y sobreponerse a su sino, Kafka deberá cruzar a la otra orilla, moverse hacia ese tiempo suspendido. Explorar y explorarse más allá de los límites impuestos por las nociones de los días, las horas y los minutos.
El viaje como desplazamiento es necesario para el proceso de búsqueda y resolución del conflicto, pero no del conflicto físico y real, sino del conflicto sutil e íntimo. Ambos personajes se mueven del centro a la periferia, de la gran ciudad a la provincia, pero, y sobre todo, del exterior a lo interno, al bosque de lo onírico, el subconsciente.
No cabe duda que la novela retoma muchos elementos clásicos de la tragedia y el pensamiento occidental, pero sin lugar a dudas, lo hace para reformularlos, en una narración que se mueve como el rítmico y melodioso vaivén de las olas en la orilla del mar; pero sólo para promover un acercamiento a las profundidades más insospechadas de la conciencia y del alma del personaje y de su lector.

Friday, September 10, 2010

Memories in a suitcase


Hay fotos que tienen historia. Hay otras que cuentan historias. Esta en particular fue tomada para preservar un pedacito de mi historia.
Cuando mi prima, próxima a mudarse a otro país, me indicó que me mandaría por correo una foto de mi abuelo, yo no tenía ni idea del tesoro que se me develaría dentro de aquel paquete del servicio postal.
En primer lugar, no era una foto y ya. Era una foto enmarcada, en su marco original, con sello de "Manrique y Compañía, Foto Estudio - Caracas" y fechada en 1934. Mi abuelo sale guapísimo, joven, radiante. Su mirada es penetrante y decidida, el cabello, oscuro, no deja ver ni una de las canas que yo conocí en mis años de niñez. La foto está dedicada a mi bisabuela, la mamá de mi abuelo, como recuerdo de su grado de médico. La letra de mi abuelo es firme, como yo nunca llegué a conocerla, aunque la tinta ha sufrido los embates del tiempo. La dedicatoria reza: "Para mi mamá (palabra ilegible), en el año de mi grado. 1934 (firma)". El marco, la base y el sujetador del portarretrato (pues era para colgar a la pared) están un poco deteriorados. Pero es que hay que verle la cara a toda esa chorrera de años!
En mi foto también aparece una cajita plateada. Ese es otro de los tesoritos que quise poner a conversar en esta imagen. Es una cajita de instrumental médico, que en su tiempo cumplió una misión muy especial. En principio le perteneció a mi bisabuelo, el papá de mi abuela, dueño de una farmacia de pueblo de las de antes (pero que mucho antes...). Luego pasó a manos de mi abuela, quien, jovencísima y recién casada, la utilizó como alcancía matrimonial.... Allí mi abuela iba colocando semana a semana, pequeños ahorros de lo que mi abuelo ganaba como médico recién guardado. Esa cajita médica contuvo la inicial para comprar la casa de los sueños de esa joven pareja. La misma casa donde mi abuela ha vivido por más de 50 años, donde nacieron mis tíos, donde todos los miembros de la familia hemos pasado momentos inolvidables.
Así que el hombre de la foto era el médico recién graduado de cuyo sueldo, parte iba a la cajita plateada. Travesuras que le jugamos al tiempo, de vez en cuando, si se puede.