Sunday, February 20, 2011

De cómo hice las paces con la comida (Un post por entregas)


IV - Final feliz
Más de tres décadas de amor y odio, marcaron una relación retorcida y en constante conflicto con la comida. Tres décadas de mensajes contradictorios, según los cuales la comida era al mismo tiempo fuente de placer, manifestación de afecto, espacio de conforte y motivo de culpa. Tres décadas pensando que el fin último de la nutrición balanceada era poder lucir un cuerpo esbelto, y envidiando a aquellos organismos "privilegiados" que podían ingerir lo que fuese sin que la balanza se modificara ni un gramo. Mensajes opuestos en lucha constante, y mi organismo, mi cuerpo y mi mente, el campo de batalla.
Así llegué a mis 35 años con el mayor sobrepeso que hubiera podido experimentar en mi vida (pesando incluso más que cuando estuve a punto de dar a luz). Mi organismo me saboteaba como podía, con enfermedades y malestares de todo tipo que yo no escuchaba o que simplemente no relacionaba con mi apariencia. Pero, además de eso, venían los colaterales: la no aceptación, la incomodidad dentro de la misma piel, el desánimo, las grietas en la autoestima.
Los meses practicando sampoorna yoga, habían empezado a asomar la posibilidad a un estilo de vida donde cabía la noción de balance. Balance. Justo eso que no existía entre la comida y yo.
Decidí que no era tarde para cambiar. Que no bastaba avistar el balance, había que encararlo. Que no era suficiente reconocer que en mi nutrición había un conflicto –heredado, aprendido o adquirido, no importaba–, había que hacer algo para solucionarlo. Que no era cuestión de culpas, sólo yo era responsable de mi cuerpo, mi salud y mi bienestar, así que sólo en mis manos estaba el cambio.
El primer paso era hacerme consciente de lo que comía. Dejar de comer por inercia, por obligación, por aburrimiento o por ansiedad y convertirlo en un acto más consciente. Nunca llegué a hacerlo, pero sé que puede resultar realmente revelador llevar un diario de comidas. Anotar todo, absolutamente TODO lo que se ingiere nos brinda un panorama realista de lo que estamos depositando en nuestro cuerpo. Muchas veces saboteamos un buen almuerzo o una cena balanceada con unas cuantas “merienditas” que parecen inofensivas. Pues no lo son. Todo cuenta.
Ese era mi primer problema. Cocinábamos en casa, evitábamos la comida rápida, comíamos una cantidad razonable de verduras, frutas y hortalizas. Pero comíamos como por un acto reflejo, muchas veces con los ojos, otras tantas para matar el tiempo  y nunca escuchando a nuestro cuerpo.
Consciente de los resultados de mis intentos previos por ponerme límites, opté por que otro lo hiciera por mí. Consulté a un nutricionista. quien me indicó una dieta y me recetó unas pastillas adelgazantes y otras diuréticas. Obvié las pastillas, pero seguí el régimen al pie de la letra por algunas semanas. La idea principal de la primera fase no era ninguna novedad: acelerar el metabolismo con pequeñas comidas cada tres horas, ingerir mucha agua, eliminar el consumo de carbohidratos y azúcares.
Eso me obligó a empezar a planificar mis comidas. No llevaba un diario a posteriori, pero era capaz de planificar en la mañana lo que ingeriría el resto del día y a qué horas. Así, rápidamente empecé a disfrutar de una sensación de control que desconocía; a hacerme alerta de qué ingería y en qué cantidad. A despertar a una alimentación más consciente.
Sin embargo, no voy a negarlo, los primeros días no fueron fáciles. Desterrar los carbohidratos procesados y el azúcar de una cocina barre con una cantidad importante de opciones a la hora de comer. Pero además, esa eliminación conlleva malestares relacionados a cualquier proceso de desintoxicación: ansiedad, dolor de cabeza y mareos. Asombra darse cuenta que no sólo las drogas, el cigarro o el alcohol producen adicción.
El proceso de detox y los malestares derivados de él, duraron sólo un par de días. En cambio, lo que muy pronto empezó a develarse fue una sensación de bienestar inusitada. Mi cuerpo parecía estarme agradeciendo los alimentos que le ofrecía. Me hallaba enérgica, alerta, de muy buen humor. Mi proceso digestivo era fácil y rápido. Con apenas unos pocos días de “limpieza” y ya me sentía otra.
Por otro lado, las indicaciones del nutricionista apuntaban a otra noción: no solamente debíamos cuidar lo que comíamos, sino también cuánto. Pronto me di cuenta que reducir las cantidades no significa pasar hambre. De hecho, acostumbrando el cuerpo a pequeñas comidas cada tres horas, y disfrutando, saboreando y masticando adecuadamente lo que se come, no le damos oportunidad al organismo de sentir hambre.
Pero lo más importante de achicar el tamaño de las porciones es darnos cuenta de que de una generación a otra, los seres humanos hemos ido acostumbrando a nuestro cuerpo a excesos innecesarios. Por tanto, lo que hacemos realmente es sincerarnos, sintonizarnos con nuestro cuerpo para entender cuánto es suficiente y cuánto, es accesorio. Reprogramarnos, para mejor.
Así, poco a poco todo iba cobrando forma y significado en mi nuevo estilo alimenticio. Sólo quedaba un cabo suelto: mientras siguiera visitando al nutricionista semanalmente, enfocada en los dígitos de la balanza, seguía “estando a dieta” y, aunque los resultados pudieran ser positivos,  la noción de “dieta” suponía límites y restricciones, y eso tampoco encajaba con el balance que deseaba. Es cierto que logré bajar unas 15 libras en cuestión de semanas, pero sabía muy bien que ese efecto maravilloso solo duraría mientras fuese fiel a las indicaciones del médico. También sabía que, aunque ciertamente no echaba en falta el pan ni la pasta, mi debilidad natural por los dulces resquebrajaría mi voluntad más pronto que tarde.
Deseaba un cambio, duradero y permanente. No quería una solución rápida, volver a la adolescencia y pasar hambre por tres días para entrar en el vestido de la fiesta de quince años. No era eso lo que quería. Quería balance, salud integral, energía, bienestar, y para ello la solución no era seguir una lista, sino instalarse en un estilo de vida distinto.
Decidí darme de alta de las visitas al nutricionista. Dejé de pensar en el peso y me enfoqué en la salud. Comprobaba en mí misma la noción de "eres lo que comes" y eso me motivó a continuar prestando atención a lo que ingería y a las señales que mi cuerpo me daba como respuesta a ciertos alimentos. Mi piel, mi cabello, mi estómago, mi cabeza... mi cuerpo entero me hablaba, complacido.
Conociendo mi debilidad por los dulces y por ciertos carbohidratos, me permití pequeñas recompensas ocasionales. Pero el proceso de selección consciente que había aprendido en solo algunas semanas me fue volviendo un tanto discriminadora. Las recompensas debían realmente valer la pena, así que aprendí a pasar de largo ante postres que antes habría escogido por el simple hecho de ser postres y esperar por lo verdaderamente especial.
Solidario y motivado por los cambios que notaba en mí y en sí mismo, el Chino empezó a involucrase con mayor entusiasmo en mi nueva cruzada alimenticia. Su creatividad culinaria y mi tendencia natural a aburrirme de los sabores repetidos, se pusieron de acuerdo para ponernos a prueba. Un universo de sabores se abrió ante nosotros. Decididos a darle siempre una vuelta de rosca más al cómo preparar platos saludables, a base de muchos vegetales y poca grasa y que resultaran apetitosos, nos dimos cuenta de que habíamos abierto el cofre de un tesoro infinito (y que de hecho había sido antes, amarrados al pan y la pasta, cuando nuestras opciones se hallaban limitadas). 
Así han transcurrido varios meses. No sólo puedo decir que nuestra alimentación es mejor que nunca en términos de calidad, sino, e igualmente, en términos de sabor. Comemos rico, comemos sano, nos sentimos mejor que nunca. Hemos incluso logrado grande avances con S., quien no sólo come mejor, sino que además está construyendo un criterio saludable de selección de alimentos. Hemos perdido una cantidad considerable de peso que nunca pasa desapercibida en los demás, pero lo realmente asombroso es el cambio que sólo nosotros notamos, el de lo bien que nos sentimos.
¿Que cómo hemos quedado la comida y yo? Comprendiéndonos, hemos hecho las paces. Nunca es tarde.

Imagen: lovefoodhatewaste.com