Friday, September 21, 2012

Sobre "La sangre de los inocentes" de Julia Navarro




"Soy espía y tengo miedo. Tengo miedo de Dios, porque en su nombre he hecho cosas terribles". Así se confiesa Fray Julián, un dominico de conciencia atormentada en la Francia medieval. Esa desgarradora confesión abre la tercera novela de la escritora española Julia Navarro, La sangre de los inocentes.


La crónica del fraile constituye el hilo que teje esta historia a tres tiempos. En primer lugar, somos testigos del histórico asedio a Montsegur, último bastión de los cátaros. La Inquisición ha llegado con todo el peso de su ley divina a enjuiciar, convencer o eliminar a los infieles. Julián, notario de la Inquisición, preside los juicios. Debe enfrentarse a su propia madrastra, doña María, líder de la resistencia cátara. La convicción del fraile flaquea. Demasiadas iniquidades cometiéndose en el nombre de Dios. Así, y a petición de doña María, fray Julián emprende la escritura de la crónica donde dejaría constancia de las crueldades e injusticias cometidas por sus propios hermanos sacerdotes católicos contra quienes profesaban otra fe.

El segundo bloque narrativo se ubica en otro período convulso. Corre el año 1938 y la pólvora nacionalista y antisemítica parece incendiar toda Europa. Un profesor medievalista recibe un extraño llamado de un extravagante conde francés: autentificar un secreto tesoro familiar que ha venido legándose de una generación a otra: el relato de fray Julián. Las palabras del dominico parecen perseguir al profesor mientras intenta localizar a su esposa judía en el Berlín nazi.

Y finalmente saltamos a la actualidad, donde un grupo de extremistas islámicos financiados por un fascista neocátaro, planea el mayor ataque terrorista de la historia contra la Iglesia Católica, y un grupo del Centro Antiterrorista Europeo y la Inteligencia Vaticana se esfuerzan por evitarlo.
La novela de Julia Navarro nos habla de religión, pero no en el sentido doctrinario. Nos habla de las injusticias, de los absurdos, de los derramamientos de sangre, de la intolerancia que pueden llegar a cometer los hombres y las mujeres de fe. Nos habla de poder. Del poder que ostentan las minorías y de cómo éstas manipulan a los débiles en el nombre de su Dios. Nos habla de odios y venganzas, del histórico asedio a lo diferente, de las más antiguas prácticas de no inclusión. La sangre de los inocentes nos habla de lo radical y excluyente que puede llegar a ser el homo religiosus cuando enarbola la bandera de su verdad. Y de las consecuencias, -sangrientas, dolorosas, irreparables- que las pretendidads verdades de la fe han tenido en nuestra historia.
 
El lector que no se deje amedrentar por las más de 800 páginas que constituyen esta obra, hallará la lectura amena, el lenguaje sencillo (aunque a veces al extremo), e interesantes muchas de las reflexiones sobre la tolerancia, las religiones, los conflictos entre Oriente y Occidente y los mecanismos de poder que han tejido la historia de la Humanidad.

Sunday, September 2, 2012

Diario de Viaje

Una de las cosas que más extrañaba durante estos meses de silencio virtual, era participar en las cadenas mensuales de La Vuelta al Mundo, esa comunidad fotográfica tan cálida de la que desde hace ya un par de años formo parte. Pero he vuelto. Y lo he hecho en el mejor momento, en agosto, el mes de nuestros "Diarios de viaje". Coicidió además con nuestros días de descanso en Sarasota, de donde me traje tantas fotos que aún no termino de editar. Aquí las fotos (y sus reflexiones correspondientes) con las que he participado este mes.

 Agosto no ha sido fácil. Llegó cargado de tormentas, a abatir seguridades, a cubrir de gris plomo el azul cielo de las certezas.
Pero también agosto ha tenido esto. Una escapada familiar al mar, a un lugar de ensueño donde volver en el pensamiento cuando la tormenta decida volver (ojalá y no lo haga).
Atesoro este paseo, este lugar y este momento. S., su muñeca Emma, mi Chino detrás del lente y yo, recorriendo estos jardines de cuento de hadas. 



Viajamos a Sarasota, Florida, con la misión familiar de hallar dientes fosilizados de tiburón en Caspersen Beach, tal como recordábamos haber encontrado años atrás (no tengo muy claro cuál es el lío de corrientes que confluyen en esas aguas, pero el hecho es que en esa playa es posible encontrar dientes de tiburones prehistóricos así como quien encuentra caracolitos en la orilla del mar).
Fue un poco decepcionante para S. pasar todo el día escarbando en la arena para encontrar sólo 3 minúsculos dientecitos... Pero nos llenamos los ojos y el espíritu con unas vistas maravillosas de esta playa virgen que afortunadamente y por haber sido declarada parque nacional, se encuentra libre de altos edificios o carreteras.
Los dientes de tiburón los encontramos después, en la tiendita del pueblo, a $1.99 el saquito... :-S




 Los residentes de Siesta Key Beach se ufanan con las estadísticas que indican que tienen la playa con la mejor arena del mundo. Con un dejo de celos, puedo imaginarme al equipo de expertos encargados del análisis, viajando por todo el mundo armados de su espíritu empírico, recolectando muestras en los parajes más paradisíacos del orbe, con la única misión de aclararle a la humanidad la inmensa interrogante de cuál arena es la mejor... ¿Será posible? y de serlo, ¿por qué no me enteré de la existencia de esta dedicada profesión en mis años universitarios? Yo habría sido una excelente recolectora de muestras, de eso estoy segura.
El hecho es que verdaderamente la arena de Siesta Beach es algo fuera de lo normal. No sólo por su níveo color, sino por su textura suave y fina. Más que arena parece talco, que se desliza de la piel al tratar de  agarrarlo.
Pero pensándolo bien... mejor llévenme de vuelta. Necesito más muestras para emitir un juicio.




Cuando decidimos pasar unos días en Sarasota, sabíamos que serían unas intensas jornadas de sol, arena y mar. Lo que no anticipamos es que a sólo un par de minutos de nuestro hotel se encontraría una de las más relucientes joyas  del suroeste de Florida: El Museo de John Ringling. Un complejo de galerías de arte, circo en miniatura, jardines floreados y una mansión de nada menos que 52 habitaciones! Pasamos todo el día extasiados entre tanto arte y belleza.
Aquí, la vista de la bahía de Sarasota desde la terraza de la mansión. 




Atardecía. La playa no tenía acceso al público, sólo un descampado improvisado donde estaba prohibido estacionar. Un risueño grupo de amigos compartía el azul resplandeciente de ese mar enorme y desierto. Y a lo lejos una mujer con una cámara, escondida entre dunas y cardones, intrusa de la alegría ajena, se mimetizaba entre clic y clic con las uvas de mar. 



Pasábamos todas las mañanas frente de la bahía de Sarasota. Mi vista se quedaba prendada de los barcos y veleros que, detenidos, parecen dormir una siesta mientras esperan la acción por llegar. La última mañana de nuestro viaje, mientras todos dormían, decidí recorrer la bahía con mi cámara. Nunca pensé que habría de toparme con un velero pirata ;-)